sábado, 1 de enero de 2011

9 Versiones:segunda página

REFRANES, DICHOS Y EXPRESIONES POPULARES

 En este caso abordé la historia utilizando algunos de los refranes y dichos populares más conocidos, al estilo de una de las escenas de la obra de teatro de Jardiel Poncela Eloísa está debajo de un almendro, en la que tres personajes comentan una situación utilizando sólo refranes, haciendo de esa escena una de las más desternillantes de la obra.

Hace unos días me enteré de una historia la mar de curiosa; tal es así que cuando la cuente más de uno me vendrá con eso de «antes se coje al metiroso que al cojo» y «a otro perro con ese hueso», pero ya se sabe que cuando el río suena agua lleva, o piedras trae, como se quiera decir, y mira que yo no quiero parecer cotilla, que en boca cerrada no entran moscas, pero como decía mi tía, que en paz descanse, nunca llueve a gusto de todos, así que a palabras necias oídos sordos.
El caso es que la Benancia me dijo que la otra noche Manuela se llevó un susto de agárrate y no te menees porque vio deambulando por el parque de aquí al lao a un tiparraco siniestro, más largo que un día sin pan, de esos que siendo ya noche cerrá más vale ir solo que mal acompañao, y te preguntarás ¿qué hacía esa persona tan de noche vagando por ahí?, pues no lo sé hija, pero a buen entendedor, pocas palabras bastan, y por el traje se conoce al personaje, aunque bien se sabe que el hábito no hace al monje, y como por la boca muere el pez, yo chitón y cremallera.

Resulta que el tipejo llevaba un libro, que a poco estaba de caerse a cachos, y lo dejó ahí, de cualquier manera, en un banco del parque pa' después irse con viento fresco, el tío. Pero Manuela no se fue todavía, o eso dice la Benancia, ya que cuenta que el viento estuvo ahí, erre que erre a ver si podía darle la vuelta al libro, y como quien la sigue la consigue pues a la tercera fue la vencida y le dobló una página, y fijate tú que el libro fue a parar a manos de la hija de la Eustaquia, Carolina, que ya sabes cómo es, que tie' más tonterías en la cabeza que el ropero de un indio. La cosa es que se lo encontró por la mañana, porque a quien madruga Dios le ayuda, y al ver el libro, y como la ocasión la pintan calva, la Carolina lo cogió, sin hacer caso a eso que se dice de que a bicho extraño no le toques el rabo, acarreándolo a la escuela. Allí dicen que se le cayó al suelo sin querer y que el profesor, que es de los de genio y figura hasta la sepultura, se asustó y, al verle las orejas al lobo, y temiendo que le cantase las cuarenta, la muchacha intentó recogerlo antes de que el susodicho se diese cuenta de quién había sido, así que por poco pagan justos por pecadores, pero como el diablo sabe más por viejo que por díablo y el libro era más cantoso qu'el traje de un torero, el profesor supo quién había sido en un santiamén. El maestro agarró el libro y lo abrió, y hete aquí que estaba más blanco que el pecho de una gaviota, así que estuvo pasando páginas como alma que lleva el diablo hasta que dio con la que el viento había doblado por la noche, y fíjate tú que estaba llena de palabrejas y demás tontás puestas sin ton ni son, por lo que los muchachos empezaron a darle vueltas al asunto, cada loco con su tema y cuando parecía que ya no había más que hablar pues dale perico al torno otra vez, hasta que la Carolina, que es más rara que un perro verde, dijo de rellenar el libro entre todos con las palabrejas que venían en la página doblada.

La cosa es que, una vez lo hicieron, la Carolina hizo como el pisamusgo del principio y abandonó el libro bajo un árbol, será por eso de que a quien buen árbol se arrima buena sombra le cobija, no lo sé, ya sabes lo rara que es esta niña, y mira que yo no quiero parecer cotilla, ¡las cosas claras y el chocolate espeso, porque al pan, pan y al vino, vino, que las cosas son como son, y no hay más vuelta de página, así que ca uno pa su casa y Dios en la de tos, que no hay mal que por bien no venga y al mal tiempo buena cara, así que a lo hecho pecho y no hay más que hablar!

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